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P. Jijo Kandamkulathil, cmf.

Dos días después de la fiesta de S. Antonio M. Claret, llegué a Vic en tren desde Barcelona. El paisaje campestre de los alrededores era verde y refrescante y me traía recuerdos. En el viaje de cerca de una hora, traté de recordar los lugares e incidentes de la vida de Claret que había leído en su autobiografía hacía muchos años. Vic llegó antes de lo esperado y me apresuré a bajar del tren con el mapa mental de nuestra casa, gracias al mapa de Google. Pero, cuando salía de la estación alguien me llamó en voz alta en una estación por lo demás tranquila. Era el P. Carlos Sánchez, un misionero del Perú. Es una autoridad en la biografía e historia de Claret y su época.

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Después del almuerzo, el P. Sánchez ajustó con acierto mis recuerdos de Claret con anécdotas frescas que no había oído nunca. El punto culminante fue la misa en la cripta del Templo de Claret. De pie junto al sepulcro con los restos mortales de Claret, el P. Sánchez me contó la historia de un carpintero de la casa de Vic que salvó los restos de Claret guardándolos en su casa durante la revolución de 1936. Al ver la carta escrita al P. General por el P. Pedro Bertrans,  custodio del cuerpo de Claret durante el tiempo de la revolución, me saltaron las lágrimas. El P. Pedro  pidió a los milicianos que le apuntaban con la pistola que le concedieran un último deseo. Le dieron unos minutos para orar. Milagrosamente consiguió escapar y, cuando encontró refugio, escribió esta carta al P. General para indicarle dónde, juntos él y el carpintero, habían enterrado secretamente el cuerpo de Claret. ¡Sin esta carta, podríamos haber perdido los restos mortales de Claret!

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Llibreria Anglada: “P. Jijo, director de publicaciones claretianas en Macao, visita la editorial donde el P. Claret publicó sus primeros libros en Vic.”

Recorrer la ciudad de Vic y sus entornos me trajo una cascada de recuerdos de la vida de Claret. Claret había andado casi todos los caminos de la región. Todos tienen pequeñas anécdotas de él. Caminé probablemente sobre los mismos adoquines que él había pisado, toqué los mismos muros que él había bendecido con su sagrada presencia. Así que el hecho de ver en el museo los zapatos que llevaba en sus pies andando millones de pasos me produjo una inexplicable reverencia y recogimiento.

Por la noche, la cena con la comunidad de misioneros veteranos y felices me sacó de mi estado de recogimiento. A la mañana siguiente, cuando me iba a Barcelona, ​​el P. Sánchez me acompañó a la estación de ferrocarril y me brindó una emotiva despedida. Cuando el tren arrancaba, se extendía una suave neblina sobre Vic.

P. Jijo Kandamkulathil, cmf.

Publicaciones Claretianas de Macao 樂仁出版社