S. G. Agualada Jr., cmf.

La primera vez que oí hablar de San Antonio María Claret y de los claretianos fue en 1985 cuando estaba en cuarto curso de mi escuela secundaria en el Ateneo de Naga, una escuela dirigida por los jesuitas. Yo tenía apenas 16 años entonces. Fue unas semanas antes de septiembre cuando todo el conjunto de estudiantes mayores se preparaba para una competición de desfile cívico-militar como parte de la celebración en la ciudad de Naga de casi un mes entero de la Fiesta de Nuestra Señora de Peñafrancia, la Patrona de la Región de Bicol en Filipinas. También fue unos meses antes de que nuestro grupo pasara los exámenes de entrada del Colegio Nacional (NCEE), que era un requisito previo para cualquier persona que quería seguir un curso universitario después de la graduación. Estábamos teniendo nuestro «ensayo» habitual bajo el calor del sol de la mañana cuando se anunció que un sacerdote claretiano de Manila estaba en el campus buscando chicos jóvenes que quisieran ser sacerdotes misioneros. Para cualquiera que estuviera interesado, todo lo que tenía que hacer era cumplimentar un examen de ingreso en esa misma mañana, un examen que si se aprobaba, le calificaría para entrar en el Seminario Claret en la ciudad de Quezon el siguiente curso escolar. Levanté la mano y, en la refrescante frescura de un aula, hice una serie de exámenes con otros chicos. Un día o dos después, el P. Ángel Ochagavía, el director de vocaciones que administraba los exámenes, regresó a la escuela y me informó que había superado los exámenes.

En los días siguientes, la idea de haber pasado los exámenes desencadenó dentro de mí progresivamente una avalancha de sentimientos y emociones abrumadoras, sentimientos y emociones que nunca antes había sentido. En los días siguientes, comenzaron a florecer muy profundos en mi corazón dos «amores» inseparables: el amor a la Eucaristía y el amor a la Santísima Virgen María, tal vez los mismos «amores» en el corazón de San Antonio María Claret que finalmente me hicieron sentir tan fuertemente atraído hacia él cuya vida, espiritualidad y carisma comenzaba yo entonces a digerir a través de los folletos y materiales vocacionales que el P. Ángel me había dado. Comencé a asistir a una misa todos los días en la Catedral cercana después de nuestra última clase por la tarde, así como a la novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la misma iglesia todos los miércoles, una novena mariana muy famosa en Filipinas. Participé en estas celebraciones con una devoción y fervor, como nunca había experimentado antes. Entonces la idea de entrar en el seminario y de convertirme en sacerdote misionero se convirtió en fascinante y convincente para mí. Entré en el seminario el año escolar siguiente en 1986, hice mi primera profesión temporal en 1992, fui ordenado sacerdote en 1998 y celebré mi 25 aniversario como claretiano el 3 de mayo de este año. En retrospectiva, podría decir que tal vez hice los exámenes de ingreso al seminario en esa hermosa mañana de 1985 por razones muy inmediatas pero impuras: escapar del calor del sol y prepararme mejor para el NCEE antes del final del año escolar. Todo mi programa de formación en el seminario había sido, entre otras cosas, un doloroso proceso de –tomando prestado un famoso dicho español- “Dios escribiendo recto con líneas torcidas”- de mi vida, una profunda purificación de todos mis motivos impuros para entrar en el seminario y querer ser sacerdote.

Fue durante mi noviciado en 1990-1992, con el P.Emilio Pablo, a quien verdaderamente amo, admiro y echo de menos profundamente, cuando llegué a conocer más profundamente a San Antonio María Claret. Mis años de noviciado fueron una inmersión radical en la vida, el espíritu y las enseñanzas de Claret. Fue durante este tiempo que leí su Autobiografía y otros escritos con celo y devoción, que seriamente traté de adaptarme a su espíritu y estilo de vida en mi devoción personal a la Eucaristía y a la Santísima Virgen María, en mi vida comunitaria, en mi apostolado, mi vida de oración y mis estudios, aprender de su vida, de la historia de la Congregación, de la espiritualidad y los carismas claretianos y de los votos religiosos. Desde que ingresé en el seminario en 1986 hasta mi ordenación sacerdotal en 1998, tuve la bendición de estar en compañía de maduros y experimentados misioneros claretianos que se esforzaban por vivir el modo de vida claretiano en las diversas circunstancias de nuestras misiones en Filipinas, Especialmente en el sur del país, donde la vida misionera era difícil y desafiante. Desde que fui ordenado sacerdote, he sido enviado a diferentes destinos en la provincia de Filipinas y he participado en las misiones de la Congregación.

En 2008, como Director de la Escuela Claret de la ciudad de Quezón, asistí a una convención en Vic, España, organizada por la Congregación para aquellos cuyo apostolado estaba en la educación de niños y jóvenes en el ambiente escolar. Era la primera vez que visitaba Catalunya y los muchos lugares en la región de gran relevancia para los claretianos: el lugar de nacimiento de Antonio Claret (Sallent), los lugares donde estudió como estudiante y como seminarista (Vic y Barcelona), donde su tumba se encuentra (Vic), algunos de los lugares donde rezó, predicó y visitó (Montserrat, entre otros), incluyendo Barbastro, donde muchos de sus hijos espirituales ofrecieron sus vidas por la fe durante la Guerra Civil Española de 1936. Dediqué muchas horas orando en estos lugares. Era como re-seguir los pasos de Claret, cosa que hice con mucho fervor y entusiasmo. Muchas de las cosas que leí en su Autobiografía sobre los diferentes períodos de su vida que tuvieron lugar en estos lugares de Catalunya irrumpieron en mi vida, se volvieron vivos para mí por primera vez. Estas experiencias espirituales se repitieron en 2010 y 2017, y los sentimientos fueron casi los mismos: gratitud a Dios por mi vocación claretiana, por el don de San Antonio María Claret y de la Congregación en la Iglesia y en el mundo por el don de mi sacerdocio y de todas las gracias que me han sostenido y alimentado en mi vida misionera a través de los años. Mis estudios en Roma en 2009-2011 para mi licenciatura y en 2015 para mi doctorado en Teología Dogmática también me dieron la oportunidad de volver a seguir los pasos de Claret en la Ciudad Eterna cuando llegó a este lugar en 1839, 1865 y 1869. Ante su mosaico dentro de la Basílica de San Pedro, había orado muchas veces, especialmente después de recibir el sacramento de la confesión.

Una cosa que me ha cautivado verdaderamente de entre las enseñanzas de Claret es su «imagen» de un claretiano inmortalizado en su «definición» del hijo del Inmaculado Corazón de María que se encuentra en su Autobiografía: que es un hombre ardiendo con el fuego del amor divino, un hombre que extiende su llama divina dondequiera que vaya. Esto para mí es un resumen lapidario de sus principios espirituales y misioneros -el núcleo de sus enseñanzas, el núcleo de lo que, para él, más importa, el núcleo alrededor del cual giran todas las demás enseñanzas y encuentran su significado e importancia. La primera frase de su «definición» de un claretiano está llena de una rica tradición bíblica y recuerda la historia de vida de Elías y de los escritos de San Pablo. Cuando yo era un novicio, Elías, el profeta que ardía con celo de amor por Yahweh, era mi profeta (ver 1 Reyes 19:10). Las palabras de san Pablo de que un cristiano que habla en lenguas de hombres y de ángeles pero no tiene amor es un platillo ruidoso y un címbalo que suena (1Cor 13,1) nunca dejó de emocionarme. Una de mis líneas favoritas en el Libro de los Salmos es un pasaje que desde mi noviciado se ha convertido en mi expresión personal: «proclamar tu amor en la mañana y tu fidelidad en las vigilias de la noche» (Salmo 92: 2). Tal vez el resto de lo que Claret ha pensado y escrito y pasado a la Congregación es sólo un comentario de este tema esencial y central: que un misionero claretiano es un hombre lleno de la llama del amor divino y cuya única pasión en la vida es prender el mundo entero en el amor de Dios. Si puedo añadir otra de la famosa imagen de Claret que me ha fascinado tanto en su simplicidad como en su profundidad, es la «imagen» de la oración y el estudio como las dos «piernas» de un misionero claretiano. De diversas maneras, Claret sostiene que un misionero que no ora, cuya vida no está intensamente marcada por la oración, no tiene nada esencial y relevante para decirle al mundo. Puesto que no está en contacto con Dios en la oración, o acabará hablando de sí mismo, o hablará de un Dios que sólo existe como un concepto en su mente pero nunca como una «realidad» que determina y define su vida entera. Son estas dos «imágenes» de Claret las que he tratado de vivir, aunque con mucha dificultad y con mortificantes fracasos, «imágenes» que de hecho sólo puedo vivir con la gracia de Dios.

P.Salvador G. Agualada Jr., CMF

Fiesta de la Asunción

15 de agosto de 2017

Londres, Inglaterra

Sobre el Autor

El P. Salvador G. Agualada Jr., sacerdote filipino claretiano, entró en el Seminario Claret en la ciudad de Quezon en el verano de 1986, hizo su Primera Profesión Temporal a la Congregación Claretiana el 3 de mayo de 1992 y fue ordenado sacerdote el 25 de abril de 1998.Desde su ordenación acerdotal ha sido destinado a diversos lugares de la provincia de Filipinas: como sacerdote de Tungawan, Zamboanga Sibugay, como presidente del Colegio Claret de Isabela (CCI) en Basilan, como director de la escuela Claret de la ciudad de Quezón (CSQC), como Presidente y Profesor del Colegio San Antonio María Claret (Seminario Claret) en ciudad de Quezon, y como Profesor del Instituto para la Vida Consagrada en Asia (ICLA) en ciudad de Quezon. Terminó sus estudios de Bachillerato y LIcenciatura en Teología Sacra en la Escuela de Teología Loyola de la Universidad Ateneo de Manila, en ciudad de Quezon, y su Licenciatura en Teología Sacra en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En la actualidad, sigue sus estudios de doctorado en Teología Dogmática en la misma Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, trabajando en el tema «Hacia una Teología Asiática de las Religiones Basada en el Nexo Triple de Nostra Aetate, Karl Rahner y la FABC». Es autor de cuatro libros y varios artículos.