Màxim Muñoz, cmf.

Nací en el suroeste de España (Extremadura) y con 7 años emigré con mi familia hacia el noreste (Catalunya). A mis 10 años, mis padres me “metieron” en el seminario menor que los Claretianos teníamos en Sant Boi de Llobregat (a 25 km de Barcelona).Seguramente me lo consultaron, pero no lo recuerdo. Se lo sugirió el párroco claretiano, P. Carles Masó, que marcó mis primeros pasos como seminarista por su sencillez, coherencia personal, profundidad espiritual y gran espíritu de servicio a tantas familias emigradas con graves problemas de trabajo, vivienda, educación, adaptación al nuevo contexto. Fue mi primer contacto con Claret, encarnado de alguna manera en aquel misionero, que en verano me había llevado más de una vez al Mas Claret y Cervera y así me conectó con la historia congregacional, especialmente la de los mártires.

De mi adolescencia guardo un pequeño tesoro: el diario personal que escribí cuando cursaba el último curso de la secundaria, con 16 años. En dos ocasiones hago referencia al P. Claret con motivo de su fiesta. Escribía “Era extraordinario, simplemente extraordinario. Admiro su total entrega a su misión apostólica, su actividad misionera, su creatividad, su vida, en fin…” y continúo agradeciendo a Dios el haberme ido encaminando hacia la vocación de sacerdote, religioso y claretiano. También comento la charla que nos dio el prefecto diciendo “realmente me gusta este programa de vida y he de reconocer que el P. Claret era un gran hombre cuyo carisma es digno de ser actualizado”. Realmente su entrega total a la misión y su creatividad son rasgos que siempre me han cautivado.

Nuestra formación estuvo marcada por el documento del Capítulo General del 1979 “La misión del claretiano hoy” (MCH): una sugerente y estimulante actualización de nuestro carisma en el nuevo contexto social y eclesial, sobre la base de una magnífica síntesis de “la experiencia misionera que Claret vivió en su contexto”. Casi me aprendí de memoria “los rasgos de Cristo más destacados por el P. Fundador” (nn. 57-62) y las “actitudes básicas que configuraron la consagración-misión de Claret” (n. 83), y que debe reflejarse en los rasgos identificadores de todo claretiano (n. 85). Todo un programa de vida motivador para un joven de mi edad, aunque muy consciente de la dificultad de hacerlo realidad en las limitaciones de mi persona y en una sociedad cada vez más alejada del contexto religioso de Claret.

Las continuas relecturas de la autobiografía me han ayudado a penetrar en la experiencia personal y misionera de nuestro Fundador, con mucho realismo respecto a las estrecheces teológicas y morales de su época. Me he “peleado” muchas veces con su concepción del pecado y de la salvación, o su visión del protestantismo, pero siempre ha prevalecido la profundidad de su experiencia de Dios y la pasión por el bien de sus hermanos mediante el anuncio del Evangelio.

Claramente, mi capítulo preferido de la Autobiografía es el dedicado al amor como la virtud más importante para el misionero. Lo he leído infinidad de veces, he rezado a Dios para que me permita tener una experiencia semejante a la de Claret. Ahí veo su secreto, “el hombre que arde en caridad”. Sólo el que ama mucho pude tener esa energía y esa entrega. “Enamoraros de Cristo y haréis cosas más grandes”, podemos leer en Vic, encima de su sepulcro.

El año del Bicentenario del nacimiento del P. Claret fue para mí muy especial. Me cupo en suerte animarlo como Provincial de Catalunya, y tener el privilegio de estar en su tierra de nacimiento. El mismo acontecimiento, pero también la necesidad de preparar mis intervenciones en los diversos actos, me ayudó muchísimo a conocer aspectos del P. Claret que desconocía, y a profundizar en su persona y obra. Por ejemplo, me sorprendió saber que, sin ser músico, fue uno de los principales promotores y restauradores de la música sagrada de su momento. Convencido de que la música era un medio para el apostolado y que el uso de cantos y de himnos era bueno para la catequización del pueblo, reunió todo un repertorio de canciones populares y escribió el manual Arte de canto eclesiástico y cantoral para uso de los seminarios (Barcelona, 1861). En sólo tres años se distribuyeron 24000 ejemplares. Realmente Claret era un hombre tremendamente práctico y eficaz para poner remedio a las necesidades que veía, tanto materiales como espirituales.

Si tuviese que resumir lo esencial de Claret, lo haría con tres palabras: pasión, creatividad y estrategia. Pasión que es la traducción actual del tradicional “celo apostólico”: el motor que le impelía a trabajar incansablemente: amor intenso a Dios y a los hermanos. Creatividad para encontrar los medios más “urgentes, oportunos y eficaces”. Estrategia, aprendida en sus estudios de ingeniero textil en la Lonja, para establecer objetivos, prioridades, sinergias: misiones para provocar un cambio, asociaciones de fieles y formación de sacerdotes para mantener el fruto, publicaciones para multiplicar los efectos en las diversas fases, sinergias para aprovechar los recursos… Todo muy bien pensado y conectado. Tenemos un Fundador con una vida apasionante, muy rica en matices.

 

Màxim Muñoz Duran, cmf

Provincia de Catalunya