Severiano Blanco, cmf.

ORÍGENES REMOTOS

Cuando yo tenía unos tres años jugaba inconscientemente con un objeto parecido a las conocidas “chapas” de tapar botellas de gaseosa; pero debía de ser de vidrio. Mi abuela Irene, haciendo excepción conmigo, me lo permitía, a pesar de que dentro había algo muy preciado para ella: “la reliquia del P. Gil”. Años más tarde comprendí que se trataba de una teca que contenía una reliquia del P. Claret. Sucedía esto hacia 1951, meses después de la canonización; seguramente los Claretianos que regentaban mi parroquia (San Vicente de la Barquera, Cantabria, España) hacían alguna propaganda de su santo fundador. El joven P. Julián Gil (+ 28.6.2012) me había bautizado el 1 de enero de 1948, e iba con frecuencia a consolar a mi abuela por una desgracia familiar sucedida en 1950.

En mi infancia apenas conocí sacerdotes no claretianos; esporádicamente vi a algún jesuita de la cercana universidad de Comillas, a un trapense del también cercano monasterio de Cóbreces, o a algún cura diocesano de pueblos vecinos; nunca hablé con ninguno de ellos. Los realmente conocidos eran “los del Corazón de María”, que, además de la parroquia (me bautizaron y dieron la primera comunión en la iglesia filial de La Acebosa), llevaban un pequeño colegio; pero yo iba a una escuela de barrio. Cuando tenía unos diez años seguí muy activamente una misión popular predicada en La Acebosa por los PP. Andrés Plaza y Cruz Ripa; creo que me marcó notablemente. Fui protagonista en algunas representaciones infantiles, v. gr., hice de alcalde de todos los niños y niñas compañeros de escuela y “los consagré al Inmaculado Corazón de María”. Debíamos de ser más de cincuenta; pobre maestra, la buenísima y tan querida Dña. Felisa Lastra, fallecida, ya ampliamente nonagenaria, hace unos cinco años.

Poco después de la “santa misión” me hice monaguillo; me enseñó el P. Valentín Pascual. Quizá por entonces fui pensando en ser sacerdote y decir misa; lo de “claretiano” no me era un concepto conocido. El primer “hijo del Corazón de María” a quien manifesté mi intención fue el buenísimo y popular P. Ángel Fdez. Bartolomé, mientras le acompañaba de una aldea a otra para servirle como monaguillo en ambas. Creo que le agradó, y que lo contó a otros de la comunidad, pues pronto me dieron alguna información vocacional. Hablaron con el benemérito e influyente P. Cristóbal Fernández, que solía pasar parte del verano en San Vicente, y él allanó algunas dificultades. El curso de los 11 a los 12 años cambié la escuela por el “colegio de los Padres”; fui con el P. David Herrera. En el verano de 1960 él mismo me llevó al “postulantado” (palabra desconocida para mí) de Beire.

EN LA FORMACIÓN INICIAL

Durante ella conocí poco al P. Fundador. Los excelentes formadores de mis 5 años de “postulantado” (PP. Gregorio Riaño y Fco. L. de Dicastillo, ahora nonagenarios) creo que eran “expertos en humanidad”, pero en claretianismo quizá solo grosso modo. En ese tiempo vislumbré al Santo milagrero que convertía tabaco en alubias o a quien la Virgen libraba de ser arrastrado por una ola. Me presentaron también “al nuevo triunfador”, como le cantábamos en un himno. En el noviciado fui incapaz de leer la Autobiografía; me aburría, nadie me dio las claves. No fue un noviciado específicamente misionero; quizá habría servido igual para un monje (a pesar de que por entonces terminó el concilio; ¡pero faltaba tanto para su asimilación!); usábamos algunos textos u oraciones misioneras que contrastaban con la mentalidad dominante y el género de vida que llevábamos.

Conservo gran afecto y gratitud a mis formadores de filosofía y teología (PP. José L. Uranga, Asterio Niño, Aquilino Bocos, y, ya en Roma, Ángel del Molino), hombres responsables y entregados. Pero no los veía como explícitamente conocedores y entusiastas de la figura de Claret. Tal vez me abrió un poco a lo específicamente claretiano la Declaración sobre el Patrimonio Espiritual, del capítulo especial celebrado en 1967.

En mis años de Roma (1973-76) en estudios de especialización, no se me ocurrió, ni nadie me lo sugirió, buscar los rincones claretianos. Lo que me encantaba era tomar contacto con las huellas de San Pablo en la Via Apia Antica. En cambio, 15 años más tarde, cuando regresé a la Urbe para cursos de doctorado, ya busqué lo claretiano.

EN EDAD ADULTA

No sé cómo fue. Pero en la década de los 80, a diez años de la ordenación, cogí gusto a la lectura de la Autobiografía; y de ahí pasé a otros escritos claretianos. Me fue de gran utilidad el volumen editado por el P. Viñas en 1959: Autobiografía, algunas cartas de Claret, propósitos, etc. Y ya continué en esa línea. Dirigí tandas de ejercicios a claretianos y notaron mi familiaridad con los textos del Fundador. Progresaba en su conocimiento intelectual y vivencial; el ejercicio apostólico me hizo conocer que yo no era el monje que podía barruntarse en el cada vez más lejano y olvidado noviciado. En el seminario de Colmenar Viejo organicé una biblioteca claretiana, el “Aula Claret”.

Mi nuevo Claret ya no era el de los “milagritos” ni el de los triunfos sonoros, sino el de la entrega, inventiva y sacrificio apostólicos. Comprendo que dejé en un segundo plano, y en él sigue, al Claret orante, contemplativo y crucificado; ¡tareas pendientes! Y me fui aficionando a visitar lugares de actividad claretiana, en Madrid y en Cataluña. Llevé peregrinaciones. ¡Qué decepción cuando, habiendo pasado unos días en Gran Canaria, invitado por unos amigos expresamente para que conociese rutas claretianas, al regreso un compañero me preguntó si había visto la Playa de las Canteras!

Era ya hacia 1990. Me adentraba por el Epistolario Claretiano. E iba leyendo con asiduidad y pasión los articulitos de detalle que el P. Juan Sidera publicaba en Arxiu Claret – Vic; comencé a escribirme con él. Comencé también a publicar yo alguna cosilla, y él me estimuló. Se estaba abriendo un futuro algo diferente, complementario de mis tareas bíblico-docentes. Se me pidieron ponencias en simposios, y las hice con gusto. En 2008, a sugerencia del P. José M. Abella, los claretianos de La Habana me pidieron que diese clases allí durante un cuatrimestre. Supe más tarde que Abella les había dicho: “a una estancia en Cuba, Severiano no le va a hacer ascos”. Y así fue. Busqué los rincones claretianos de La Habana (que no son pocos), y, en la semana de Pascua, vacación, me fui a Santiago. Visité la ciudad, y algunas otras cercanas, guiado por la Autobiografía y por la sabia compañía del P. Jesús Bermejo, que andaba por allí investigando. Percibí que la Autobiografía leída en Santiago tiene otro sabor, un frescor muy peculiar.

YA EN LA JUBILACIÓN

A partir de 2004, y más especialmente desde 2009, los PP. Generales Abella y Vattamattam me han pedido colaborar con el CESC de Vic, y allí trabajo algunos meses cada año, preparando publicaciones, organizando la biblioteca, el archivo, materiales para la web, etc. He tenido la suerte de trabajar allí al lado de los sabios PP. Juan Sidera y Jesús Bermejo, a quienes el Señor ha llamado ya a su gloria. Y no quiero herir desde estas líneas la modestia de los compañeros actuales.

Además de ello, durante el resto del año, en mi comunidad (Madrid), sigo realizando estudios personales, preparando artículos, guiando visitas claretianas a la ciudad y otros lugares claretianos cercanos… Voy percibiendo que, modesta y analógicamente, a Claret se le puede aplicar lo que dice San Juan de la Cruz del misterio divino: “es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que por más que ahonden nunca les hallan fin”. Y es apasionante sumergirse, con la mente y el corazón, en esos ámbitos.

Vic, mayo de 2019

 

Síntesis biográfica

Nací en Abaño, barrio “semiautónomo” de

San Vicente de la Barquera (Cantabria, España),

el 22 de diciembre de 1947.

Ingresé en el seminario menor de Beire (Navarra)

en 1960 y profesé en Salvatierra en 1966. Cursé la

filosofía y teología en Sto. Domingo de la Calzada,

Colmenar, Salamanca y Madrid (tiempo de cambios),

y en Roma me especialicé en Sda. Escritura. Me

ordené en 1974.

Me he dedicado fundamentalmente a la docencia de

la Biblia en nuestros centros superiores de Colmenar

Viejo y Madrid y en la Universidad Comillas, más

alguna escapada al extranjero: Argentina y Cuba.

Me ha tocado vivir  en una apasionante época de cambios

(no todos igual de agradables), por lo que he pertenecido

a tres Provincias diferentes: Cantabria, Castilla y Santiago.

 

Severiano BLANCO PACHECO, CMF.