Antoni Daufí, cmf

Nací en Tortosa (Tarragona) en 1929. El P. Claret, en sus correrías apostólicas por Cataluña nunca llegó a Tortosa, ni tampoco hubo nunca Misioneros Claretianos en mi tierra. Por lo tanto, de pequeño no había oído hablar de Claret ni conocí a ningún Claretiano. Fue por circunstancias de la guerra civil española de 1936-1939 que mi familia tuvo que emigrar a Vic donde, al acabar la guerra, por primera vez conocí a San Antonio María Claret, por el contacto que entonces tuve con los misioneros Claretianos de esa ciudad. Entonces yo tenía 11 años y fue en aquellos años de posguerra que empecé a frecuentar la iglesia (improvisada) de la Merced, donde se veneraba el sepulcro de San Antonio María Claret, entonces Beato. Aquel fue mi primer contacto Claretiano. Yo era uno de los niños alumnos de la iglesia de los Misioneros y cada mañana acudía para ayudar en una o dos misas. Además, formaba parte del pequeño coro de niños cantores dirigido por el P. Tomàs Lluís Pujadas. Así que los últimos años de mi infancia y toda mi adolescencia se desarrolló alrededor de los restos del P. Claret. Allí fue creciendo mi devoción y conocimiento de su persona, y allí se empezó a despertar mi vocación. Recuerdo que, a mis compañeros y a mí, nos encantaba subir por detrás del altar en la urna transparente que guardaba el cuerpo del Santo, sólo para verlo y contemplar sus huesos envueltos en la vestimenta de arzobispo. Al mismo tiempo fui conociendo a través de las historietas de su vida que oía relatar a los Misioneros, especialmente al P. Pujadas y al P. Bertrans y los pequeños libros ilustrados en forma de «cómics» que, por aquel entonces, ya comenzaban a circular. Recuerdo con devoción su novena y su fiesta, que cada año se celebraba con solemnidad y mucha participación de parte de la gente de Vic. Todo esto iba configurando en mi conciencia la imagen del P. Claret. No fue hasta que ingresé en el noviciado, sin embargo, que empecé a profundizar en el conocimiento de su vida y virtudes de una manera más adulta. Me puedo considerar muy afortunado por haber hecho mi primera profesión al pie del sepulcro de Claret. Lo considero como un gran regalo. Pero en aquellos primeros años, debido a nuestra condición de «Hermanos coadjutores», no teníamos acceso al estudio y a la lectura, como los estudiantes y me quedé en una ignorancia notable que fui supliendo tras unos años como pude. Sin embargo, la devoción y conocimiento general de nuestro Fundador, fue una constante durante mis primeros años de Hermano profeso.

Recuerdo que viví con mucha alegría la celebración que, con motivo de su canonización tuvo lugar en Vic en 1950. Yo estaba destinado entonces a la comunidad de Xàtiva. El entonces Superior, Josep Lletjós, me ofreció la oportunidad de ir a Vic a participar en la fiesta. De ese día recuerdo sobre todo la procesión del traslado de los restos desde nuestra iglesia a la Catedral y la emotiva celebración que allí tuvo lugar. La Catedral estaba a rebosar de gente venida de todas partes. Y me llamó la atención y me edificó el fervor y entusiasmo de los novicios. Fui muy consciente de que la canonización del P. Claret fue un día muy especial y único para nosotros, los Claretianos. Eso me marcó y me llenó de gozo.

En mi vida de Claretiano ha habido varias y progresivas etapas en el conocimiento de nuestro Santo Fundador. Una fue en octubre de 1970, cuando ya llevaba algunos años en Filipinas. En ocasión del centenario de su muerte, en nuestra iglesia, aún en construcción, de San Antonio María Claret de Zamboanga City, celebramos su fiesta precedida de un triduum «predicado» por los tres miembros que formábamos aquella comunidad. A mí me tocó el segundo día, que trataba de la persecución que Claret sufrió durante su vida e incluso después de su muerte. Esto me estimuló a revisar la Autobiografía y otros documentos. La gente que acudió a nuestra iglesia nos agradeció aquel triduum y haberles dado a conocer al P. Claret. Cabe decir que los Claretianos de la actual Provincia de Filipinas, casi todos ellos filipinos, han sabido inculcar la devoción a San Antonio María Claret, sobre todo a los alumnos que han ido pasando por la escuela de Zamboanga y puedo decir lo mismo de las otras escuelas «Claret» que tenemos en Filipinas. En el viaje que hice posteriormente, en 1997, y luego en 2005, constaté que los alumnos de la escuela «Claret» de Zamboanga tenían un amplio conocimiento de Claret y profesaban una gran devoción y entusiasmo por su Patrón. Una tarde conté cuarenta y dos imágenes del P. Claret, en diferentes tipos y formatos, distribuidas estratégicamente dentro del campus de la escuela. En mi segundo viaje, en 2005, tuve la oportunidad de visitar la iglesia de Pangasinan  al Norte del archipiélago donde los primeros Misioneros Claretianos, llegados de China se establecieron por primera vez en Filipinas, temporalmente hasta que bajaron a Zamboanga en 1947. En la Iglesia todavía se puede ver un altar dedicado a San Antonio María Claret, colocado por aquellos primeros Misioneros. Pero lo que más me llamó la atención fue que el altar estaba adornado con flores naturales frescas y media docena de lámparas encendidas. Esto, para mi, fue signo claro de que la devoción al Santo sigue viva entre la gente de Pangasinan después de tantos años de ausencia de claretianos en aquel lugar.

Mi última búsqueda tuvo lugar con motivo del cincuenta aniversario de su Canonización. En el año 2.000

[yo ya me encontraba en Catalunya]. Durante aquel año me releí detenidamente la Autobiografía en su última edición (Ed. Caret). Una de las cosas que más me ayudaron a conocer mejor la personalidad del P. Claret fue su Epistolario publicado al final del volumen de la Autobiografía y el relato de los últimos días de su vida en Fontfroide (Francia). Aprendí cosas del Santo Fundador que desconocía. Todo esto me hizo crecer en la convicción de que tenemos como Fundador y Patrón una gran persona, cercana, amable y de una gran calidad espiritual y humana. Nunca estaremos suficientemente agradecidos. Vale la pena pertenecer a su Congregación de Misioneros.

Las virtudes del Santo que más me han impresionado y formado parte de mi vida de cada día, son muchas. Aquí, sin embargo, sólo quiero mencionar la siguiente: su sencillez y amabilidad. La manera de acercarse a la gente sencilla durante sus correrías apostólicas, de tal manera que atraía a todo el mundo y se hacía entender por mayores y pequeños en su predicación y su catequesis. Esto me ha sido muy útil y alentador en mi vida de hermano claretiano, sobre todo durante mi etapa como catequista. Además, hay otra cosa: a mí, ya desde pequeño siempre me había gustado dibujar, y ya desde la etapa en las Misiones de Filipinas, cuando me dediqué plenamente a la catequesis de niños y como coordinador de la catequesis diocesana de Zamboanga, me he valido del dibujo como herramienta para transmitir el mensaje a las catequistas y a los catequizados. Ya entonces empecé a confeccionar materiales de «dinámicas visuales» que fui perfeccionando y utilizando como catequista en Filipinas y en Cataluña después de mi regreso, en 1983. Posteriormente, además de haber viajado dos veces más a Filipinas para ofrecer talleres de dinámicas visuales a varios grupos de catequistas, fui invitado por los Claretianos de Sri-Lanka a presentar estos mismos materiales y unos talleres de dibujo para catequistas. Ya hacía tiempo que había descubierto que el P. Claret, de joven había estudiado dibujo en la Llotja de Barcelona y que después, él mismo se sirvió del dibujo y la imagen en su apostolado. Soy consciente de que el uso de la imagen es un apostolado plenamente claretiano. Muy a menudo encomiendo al P. Claret mi trabajo gráfico para el apostolado para que me ayude a mejorar la técnica y expresar visualmente lo mejor posible la Palabra del Evangelio. Todo «para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas de todo el mundo» que diría él. Ahora tengo ganas de empezar a profundizar en la dimensión contemplativa de su vida.

Se me ocurren muchas cosas a propósito de San Antonio María Claret en mi vida. Pero esto excedería el espacio de que dispongo para este testimonio.

Antoni Daufí Moreso cmf

 

 Mi trayectoria como Hermano claretiano,

Ingresé en el Noviciado claretiano de Vic en 1946 y emití los votos por vez primera el día 23 de octubre de 1947.

Después de mi primera profesión fui destinado a la Comunidad de Alagón (1 año). Después a las comunidades de Xàtiva (3 años), Girona (3 años) y Barcelona (Gàcia y Llúria (3 años).

En 1957 fui destinado por el P. Schweiger a la entonces recién fundada misión de Filipinas. De los 23 años en la Provincia de Filipinas, 20 los pasé en Zamboanga City. Los tres últimos años en la comunidad de Quezon City. En 1983 volví a la Provincia de Cataluña.

Los primeros 7 años de mi destino en Filipinas formé parte de la Comunidad de Zamboanga, al servicio de nuestra iglesia de la «Inmaculada» y llevando a cabo otros servicios desde la comunidad. En la fundación de la Escuela Claret de Zamboanga, en el año 1964, pasé a formar parte de esa nueva comunidad y al servicio de la misma escuela.

Entre otras cosas, enseñé Artes Plásticas a los alumnos y también música. Después de cuatro años empecé a dar clases de religión, hasta que de acuerdo con los superiores decidí dedicarme exclusivamente a la catequesis fuera de la escuela. Después de un tiempo el Arzobispo de Zamboanga, Francisco Cruces me nombró coordinador diocesano de catequesis. Mientras tanto, asistí a unos cursos especializados de catequesis en el «Pío XII Catequetical Center» de Manila. En 1979 mi salud empezó a resentirse y en 1983 tuve que volver a la Provincia de Cataluña para tratamiento médico.

Al llegar a Cataluña fui acogido en la comunidad de Montgat. Me recuperé, y tan pronto como la salud me lo permitió, me integré al ritmo de actividades de la Provincia. Durante cuatro años impartí clases de inglés en el Seminario Menor de la Conreria, al mismo tiempo que me encargaba de la catequesis de la Parroquia de Mongat, y otros servicios por el estilo. Otros destinos en la Provincia fueron: Valls (Parroquia del Lledó), Barcelona (Parroquia de Sant Tomàs d’Aquino) y actualmente, a mis 90 años, en la comunidad de Girona. Ahora, mi compromiso es elaborar una ilustración semanal basada en el Evangelio del domingo correspondiente, que se publica «on line» en la sección «Comunicació Claretians.cat» de la Editorial Claret.