El pasado 17 de Junio 2021 falleció en la comunidad de Rosario (Argentina) el claretiano  P. Gustavo Alonso Taborda. Había nacido en Santiago Temple (Córdoba – Argentina) el 12 de Agosto 1931. Hizo su profesión religiosa el 11 de Febrero 1948 y fue ordenado sacerdote el 7 de Agosto 1955. Se doctoró en Teología Espiritual en el Angelicum  (Roma) en 1957. Su tesis doctoral, de la cual tenemos una copia en el archivo del Cesc, fue sobre: “La oración y la síntesis doctrinal de S. Antonio M. Claret”. Vuelto a su país de origen, fue formador, profesor, predicador, escritor de libros, y hasta poeta, aspecto éste seguramente poco conocido. Más tarde tuvo cargos claretianos importantes, como Secretario General (1967-1973), Superior Provincial de Argentina-Uruguay (1974-1979) y Superior General (1979-1991). Todavía del 1993 al 1996 fue Superior Provincial de Argentina-Paraguay.

A continuación les ofrecemos el testimonio que el P. Gustavo nos dio sobre la presencia de Claret en su vida misionera; texto que apareció en este web el 27 de Abril 2017. Y concluiremos con dos de sus muchas poesías, escritas cuando era todavía estudiante.

Soy el P. Gustavo Alonso, cmf, en una edad en que la memoria va perdiendo resortes, soy invitado por el CESC de Vic a recordar las primeras experiencias de mi vida en relación con Claret, nuestro Fundador e inspirador.

Recojo lo que alcanzo a recordar.

Del tiempo de la  infancia recuerdo la frecuente presencia de Misioneros Claretianos que llegaban a la parroquia de mi pueblo, invitados por nuestro buen párroco para diversos servicios de la Palabra.

De aquellos contactos surgió mi ingreso al seminario menor claretiano. Allí se hablaba mucho del “Beato Padre Claret” obispo y misionero, a la vez que se anhelaba su canonización. Esta llegaría algunos años después de haber realizado mi primera profesión. La lectura más familiar en los años previos era la Vida anecdótica de Claret, escrita por el P. Félix Cruz Ugalde. Luego pudimos acceder a la Autobiografía y a textos importantes como los escritos por los PP. Puigdesens, Cristóbal Fernández, García Garcés y otros. Inolvidable la fecha de la canonización, vivida con gran fervor en la casa de formación de Villa Claret, Córdoba (Argentina). De aquella época recuerdo que hasta tuve el atrevimiento de escribir un folleto sobre Claret y Xifré para una serie popular que entonces publicaba la Editorial Claretiana.

A mi ordenación sacerdotal (1955) siguió el periodo de mis estudios de teología y espiritualidad en Roma, haciendo parte del “terzo piano” de Parioli, donde teníamos como responsable y animador al P. José M. Viñas, que era también el director del Studium Claretianum, iniciado poco antes en la misma curia general. Algunos de los jóvenes de aquel numeroso grupo colaboraron con él preparando la edición de la Autobiografía publicada por la BAC en 1959; a otros nos orientó en el estudio  de la espiritualidad claretiana. De ahí que mi tesis de doctorado se dedicara al tema de la escuela de oración de Claret. Por otra parte, la cercanía del Padre General Peter Schweiger y sus enseñanzas nos contagiaban el sentire cum Ecclesia de nuestro Santo Fundador. Creo que a todos nos resultó una providencial preparación para la gracia del Concilio que acontecería pocos años después.

De regreso en mi Provincia de Argentina-Uruguay, siguieron diez años dedicados a la formación de los estudiantes profesos, conjugando la enseñanza de la teología y de la historia de la Iglesia con funciones de formador de alguno de los grupos. Desde allá (tiempos de Juan XXIII y de Pablo VI) vivimos con fervor juvenil los años del Vaticano II y su consigna de “volver a las fuentes” para nuestra renovación.

 Mi apostolado, entonces y más tarde, ha tenido dos expresiones prevalentes: los retiros o ejercicios espirituales, sobre todo a religiosos, y los escritos. Debo decir que, por diversas circunstancias, me faltó la misión popular, tan claretiana. En mi ministerio he vuelto con frecuencia a la fuente inspiradora de Claret: sobre todo su Autobiografía, sus Avisos a un sacerdote, la Carta al misionero Teófilo y algunos capítulos del Colegial instruido.

 A partir del Capítulo Especial de nuestra Congregación (1967) muchas cosas cambiaron en mi vida al quedar en Roma como parte del Gobierno General, primero seis años como secretario (1967-73) y, luego de un periodo como Provincial en Argentina-Uruguay (1974-79), como Superior General (1979-91). La renovación conciliar nos llevaba entonces a todos  a una inmersión en el carisma claretiano, en un contexto nada fácil. Tal vez quepa sintetizar el compromiso vocacional e íntimo de todo nuestro equipo en lo que entendimos como las dos grandes tareas del momento: la revisión de nuestras Constituciones y la reformulación de La misión del Claretiano hoy. Todo nos llamaba a una renovada comunión con nuestro Fundador.

Terminado aquel servicio y frustrado el sueño de una misión ad gentes en África, regresé a mi provincia (1992). Desde entonces me han tocado algunos años de gobierno -provincial y local- y sobre todo la colaboración en la formación y luego en algunas de nuestras parroquias. A la vez, por encargo de los superiores, he escrito y se han publicado varios libros de historia y espiritualidad claretiana. Por otra parte, también se han publicado para todo público escritos que buscan introducirlo en la  vivencia del Evangelio y particularmente en la oración y en el servicio apostólico. Siempre desde la matriz del P. Fundador, he cultivado una amistad fraterna con las diversas ramas de la Familia Claretiana con la cercanía y con los servicios que estaban a mi alcance. Siguiendo a Claret, en lo personal he tratado de nutrirme a diario con el pan de la Palabra, de la Eucaristía y de la comunión con María nuestra Madre.

A esta altura de la vida todo va dicho en tiempo pretérito. En el presente prevalece la acción de gracias por la vocación claretiana y la disponibilidad para pequeños servicios pastorales en el ámbito de la comunidad a la que estoy adscrito aquí, en Buenos Aires.

La primera de las dos poesías es nada menos que la traducción en verso  de una de las famosas odas de Horacio (65-8 aC): “Quid dedicatum…”:

“¿Qué pedirá el poeta a Apolo hoy celebrado? / ¿Qué oración con el vino nuevo derramará? / No he de pedir las mieses opimas de Cerdeña, / ni apacibles rebaños –que Calabria los da-, ni oro ni marfil indio, ni los campos que el Liris / con su agua soñolienta acariciando va./

Si alguien fue afortunado de vides, la hoz calena / no descanse. En su copa dorada el mercader / apure el suave vino que obtuvo con tesoros / de la Siria; él, mimado de dioses, puede ver / al cabo de cada año cuantas veces lo quiere / las aguas del Atlántico mar sin perecer…/.

Yo en cambio  con olivas, achicorias y malvas / me sustento. Y le pido a Apolo disfrutar / tan sólo el bien logrado, con salud en el alma, / la ancianidad honrada y un verso que entonar”.

(Villa Claret, abril de 1954).

Y, finalmente, unos versos con sabor a san Juan de la Cruz, titulados: “Melodía claustral”:

Si la música suave / no hubiera suavemente florecido / desde dentro, la nave / no hubiera aún venido / a esta ciudad de amor y de sonido./

Esta clara alegría / de la ciudad que en el silencio canta / aún no existiría / si su callada planta / brotara más acá de la garganta./

Y el amor ciudadano / que puebla esta ciudad universal / sería un sueño vano / si no hubiera un cordial / amor de soledumbre monacal”.

(Villa Claret, agosto 1951).