Claret en Canarias

Desde el 11 de marzo de 1848 hasta el 2 de mayo de 1849, el Padre Claret misionó las Islas Canarias. Aunque su actividad misionera se centró en Gran Canaria, los tres primeros días tuvo un breve contacto con la diócesis de Tenerife, donde saludó al obispo y predicó al pueblo.

El 14 de marzo, el Padre Claret llegó a Las Palmas de Gran Canaria. El obispo de la diócesis de Canarias, Mons. Buenaventura Codina, había solicitado al Vicario General de Vic la presencia del reconocido misionero catalán para evangelizar la diócesis que recién asumía. Catorce meses permaneció en la Isla. La recorrió casi toda, a pie, dando misiones populares. La población en ese momento era de unos 64.000 habitantes. La situación material era trágica. Las malas cosechas por la falta de lluvias de los años anteriores habían ocasionado una verdadera hambruna, que se agravó con el  brote de epidemias, como el cólera y la fiebre amarilla. Se contaban por miles los fallecidos. El nivel cultural era muy bajo, las islas tenían el índice más alto de analfabetismo en toda España. La situación pastoral de la diócesis no era menos lamentable. Durante varias décadas la sede episcopal había pasado por períodos de fuerte inestabilidad debido a la falta de obispos y a la mala relación de éstos con los gobiernos liberales. Los presbíteros, tanto diocesanos como religiosos exclaustrados, sufrían precariedad económica ya que el gobierno central no cumplía con sus pagos, lo que les llevaba a buscar su sustento fuera del servicio ministerial. Además, debido al bajo nivel de formación, los presbíteros no estaban a la altura de las necesidades pastorales del momento, incluso, arrastraban tendencias rigoristas provenientes del jansenismo.

En este contexto, en el que los fieles sufrían la pobreza y el abandono pastoral, la presencia de Claret fue un consuelo y un impulso de la vida cristiana. Así lo percibió el obispo Codina cuando afirmó: “La venida a esta diócesis en mi compañía del señor Claret fue un beneficio singular que Dios hizo a mí y a todos estos fieles. Sus misiones avivaron la fe casi exánime y encendió la llama de la caridad en muchos de estos isleños”. En realidad, se trató de una misión permanente e ininterrumpida. Comenzó misionando la capital, para luego pasar a Telde y Agüimes. Como fruto de estas misiones, escribió su “Catecismo brevísimo” para los canarios. A continuación, reanudó sus misiones yendo a Arucas, Gáldar, Guía, Moya y Firgas. El mes de octubre lo pasó en Teror junto a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis. Después volvió a Las Palmas de Gran Canaria para predicar ejercicios espirituales a los seminaristas. Terminó el año 1848 predicando una misión en San Lorenzo, donde cayó enfermo y tuvo que volver a la capital para recuperarse. La última campaña misionera la realizó en San Bartolomé de Tirajana, Tejeda y Santa Brígida. Se despidió de Las Palmas de Gran Canaria con la predicación de la novena a Nuestra Señora de la Soledad de la “Portería”. Antes de volver a Cataluña, el Padre Claret misionó diez días en Teguise y Arrecife, ciudades de la isla de Lanzarote.

Incansable en su actividad apostólica dedicó la mayor parte del tiempo a la predicación y a la confesión sin olvidar la atención de los niños, la formación espiritual de los seminaristas y la renovación de la vida sacerdotal. Su oratoria, clara y sencilla, y su cálida cercanía calaron profundamente en el pueblo canario, que lo consideró un verdadero santo y lo llamó cariñosamente “El Padrito”. El corazón agradecido de Claret no fue indiferente, por ello, afirmó: “estos canarios me tienen de tal manera robado mi corazón, que será para mí muy sensible el día en que los tendré que dejar…”.

(cf. GUTIÉRREZ, Federico, El Padrito. San Antonio María Claret en Canarias, Madrid 1972, 30; PÉREZ, Simón, Sacerdotes presentes en la diócesis de Canarias desde la Ilustración hasta la actualidad (1800-2014), Las Palmas de Gran Canaria 2014)

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Catedral de las Palmas de Gran Canaria.