REBOLLAR BLANCO Agustín,  Misioneros Claretianos en China, Monte          Carmelo Ed., Zamora 2002, pp. 313.

Como se lee en la “presentación”, este libro “narra la historia de un grupo de jóvenes Claretianos en la provincia china de Anhwei” (p. 5). O, como escribe D. González: “Es un relato de las ilusiones y los sufrimientos del grupo de jóvenes misioneros, hecho por un testigo de excepción” (p. 6), que es el P. A. Rebollar. Los dos primeros misioneros Claretianos llegaron a China a finales de octubre de 1929. El objetivo era fundar un seminario en Hong Kong. Resultó imposible. Además, uno de los dos misioneros, A. Rojas, enfermó y tuvo que volver a España. En 1932 la Santa Sede ofreció otra misión. En 1933 tomó posesión de ella el único claretiano restante, el P. José Fogued, más tarde Prefecto Apostólico. Pocos meses después, llegó un grupo de seis misioneros y se fundó la primera comunidad claretiana en Hweichowfu. La casa central de la misión se situó en Tunki. Rebollar llegó a esta misión en enero de 1936 y permaneció en ella 17 años. Él va a ser el “testigo de excepción”. De todas maneras, la presencia claretiana en China no fue larga; poco más de 19 años, de mayo de 1933 a noviembre de 1952, debido al triunfo del comunismo en 1949. Una noticia breve, pero detallada sobre esta misión se puede ver también en: J. Álvarez, “Misioneros Claretianos”, vol. II, Madrid 1997, pp. 352-354 (ed. Inglesa: “Claretian Missionaries”, vol. II, QC 2000, pp. 339-342).

El P. Agustín Rebollar Blanco, misionero claretiano, nació en Bercianos de Aliste (Zamora, España) en 1908, y fue ordenado sacerdote en 1935. Recién ordenado fue ya destinado a China (1936-1952). Expulsado de China, no volvió a España, sino que se incorporó a las misiones de Filipinas (1952-1974), en espera de poder volver tal vez un día a su amada China (cf. pp. 276, 311-312). Más tarde, encardinado a la Provincia de León (España), continuó su misión evangelizadora en Lima (Perú, 1974-1985). Murió en Oviedo (España) el 3 de diciembre de 1997.

El libro se divide en 30 breves capítulos. Al final contiene algunas fotos de aquellos años en China. Siendo el libro el relato de una experiencia personal, no una novela, y redactada en primera persona, se lee con gran avidez.

Es una redacción cronológica seguida, como se ve por los títulos: 1) hacia la misión claretiana en China (pp. 9-20); 2) por fin, en nuestro destino (pp. 21-27); 3) Prefectura Apostólica de Tunki (pp. 28-35); 4) dificultades para la evangelización (pp. 36-44); 5) mi primer campo de apostolado (pp. 45-57); 6) el distrito misional de Ihsien en marcha (pp. 58-65); 7) buscando un lugar para la misión católica (pp. 66-78); 8) y a seguir esperando (pp. 79-88); 9) expedición misionera por la región montañosa (pp. 89-100); 10) evangelizando en todo el distrito (pp. 101-110); 11) obras de especial interés y urgencia en la Prefectura (pp. 111-122); 12) los años de guerra chino-japonesa y mundial (pp. 123-132); 13) la República soviética de China (pp. 133-139); 14) entre la esperanza y el temor (pp. 140-145); 15) régimen de terror dirigido en el norte de China (pp. 146-154); 16) ¿serán los rojos capaces de pasar el río Azul? (pp. 155-160); 17) los rojos han cruzado el río Azul (pp. 161-173); 18) bajo el régimen comunista (pp. 174-183); 19) tácticas de terror (pp. 184-195); 20) vendaval comunista sobre seis distritos (pp. 196-205); 21) cada misionero tiene su propia historia (pp. 206-220); 22) el distrito misional de Tunki bajo el vendaval (pp. 221-227); 23) escuela “Monte del cielo” (pp. 228-240); 24) preparando al pueblo para lo peor (pp. 241-246); 25) la Iglesia patriótica china (pp. 247-250); 26) formando el comité de la Iglesia patriótica en Tunki (pp. 251-260); 27) todo y todos bajo las órdenes del comité (pp. 261-270); 28) diez meses de cautiverio (pp. 271-288); 29) rumbo a la frontera (pp. 289-308); 30) sanos y salvos en el mundo libre (pp. 309-312). El libro concluye con el lugar y la fecha: Oviedo, agosto de 1997, pocos meses antes de la muerte del autor (p. 312).

Rebollar tiene un estilo ágil y brillante; parece que estás viendo lo que cuenta. Al menos dos conclusiones puede sacar el lector: la gran audacia misionera de nuestros hermanos, expuestos y dispuestos a todos los peligros, sin excluir la posibilidad del martirio y de la muerte; y el ir pensando que no se trata de una de aquellas novelas “de lejanas tierras”, como se titulaba una famosa colección de hace bastantes decenios, sino de hechos reales, vividos sin romanticismos, llamando a cada cosa positiva o negativa por su nombre, y por parte de quien lo ha vivido personalmente. Baste pensar que el primer claretiano que murió en aquel país fue el P. José Sánchez: había llegado a China en enero de 1935 y allí murió en junio de 1936, víctima de la malaria, a los 27 años de edad. La segunda víctima de la malaria fue el P. Sebastián Soler, dos meses más tarde que el P. Sánchez, en agosto de 1936, con solo 29 años. Los restos de ambos quedaron allá para siempre (pp. 42-44, 289-290).

El hecho de que en estos últimos años podamos de nuevo, aunque sea con grandes dificultades y muy poco a poco, volver a aquel inmenso país, abre el corazón a la esperanza. No quedan frustradas del todo la vida, la labor y los tantos sacrificios que allí dejaron por el Evangelio un extraordinario puñado de hermanos nuestros.

Quien escribe tuvo la suerte de conocer en Filipinas a Monseñor José María Querejeta (1921-1997), obispo de Isabela (isla de Basilan), llamado cariñosamente “el último chino”, por ser el último que quedaba de aquellos hombres de gran temple misionero (p. 164; cf. “Año Claretiano” – “Claretian Year”, 26 de septiembre). Tuve también la posibilidad de orar sobre dos tumbas de otros dos misioneros “chinos”: el P. Eugenio Pérez (enterrado en uno de los cementerios de Metro-Manila) y el famoso Hno. doctor, José María Torres (1910-1982; cf. pp. 261-263). Este Hermano había atendido en China a más de dos millones y medio de pacientes. Durante la revolución comunista tuvo que sufrir más de catorce juicios populares. Finalmente fue expulsado del país en 1952. Se ofreció para trabajar en la isla de Basilan (Filipinas), concretamente en el pequeño hospital que fundó en el pueblo de Lamitan, en la entrada del cual reposan sus restos (cf. “Año Claretiano” – “Claretian Year”, 13 de mayo).

En el verano de 1936, nuestros misioneros en China tuvieron referencias de nuestros mártires de la guerra civil española (cf. pp. 77, 209-211). Y sabemos como entre los mártires de Barbastro había habido un gran entusiasmo leyendo las crónicas que llegaban de aquellas lejanas tierras, y como más de uno se estaba preparando para ir allá, según nos dejó escrito en un papel que, después de su martirio, se encontró en la que había sido su cárcel, y se conserva actualmente en el “Museo de los Mártires” de Barbastro. Por eso la nueva misión claretiana que está surgiendo en estos últimos años lleva con razón su nombre.

J. Rovira, cmf.