«Allí aprendí cuánto conviene el tratar a todos con afabilidad y agrado, aun a los más rudos, y cómo es verdad que más buen partido se saca del andar con dulzura que con aspereza y enfado» (Aut34).

EFICACIA DE LA AFABILIDAD

En el pensamiento y la literatura de estos últimos años se ha acuñado la expresión «inteligencia emocional». La afabilidad, el agrado, la dulzura suponen la preocupación por el otro, sea quien sea, y el respeto solidario con él. Es, dicho de otra manera, la «empatía». Y esta es la manera de conectar con el otro, a un nivel más profundo, tratando de responder a lo que necesita.

Es esa actitud positiva, benevolente (que «quiere bien») y benefactora (que «hace bien») a los familiares, a los cercanos y a las personas desconocidas con las que podemos encontrarnos. Con este comportamiento se reafirman y perfeccionan otros valores: la generosidad y el servicio por poner a disposición de los demás nuestro tiempo y otros no menos preciados recursos personales; la sencillez en la que no se hace distinción entre las personas por su condición; la solidaridad por tomar en las propias manos los problemas ajenos haciéndolos propios; la comprensión, por la que, al ponerse en el lugar de otros, descubrimos el valor de la ayuda desinteresada y gratuita.

Quizá hemos de tener en cuenta, entre otras cosas, nuestros bloqueos afectivos y emocionales con determinadas personas. Esos bloqueos que se concretan y visibilizan en acritud, arrebatos, asperezas, enfados, rigidez, silencios…

Seguramente, reconoces y agradeces a aquellas personas que te han tenido estima, que te han mostrado afecto de manera desinteresada.

Y tú, ¿qué entiendes por cordialidad? ¿Eres persona agradecida?