«Al no estar tan divulgada la noticia de que yo predicaría en estas misiones, me aconsejaban que no las predicase, porque decían, y lo creo, que peligraba mi vida; pero yo gustoso estoy dispuesto a dar la vida por amor de Jesucristo y para la salvación de las almas»

(Carta a la M. Antonia París, 12 de marzo de 1865, en EC II, p. 868).

TODO LO PUEDO EN AQUEL QUE ME DA FUERZAS

La vocación de Claret fue predicar el Evangelio. Se sintió identificado con Cristo evangelizador que recorría pueblos y aldeas en compañía de la comunidad de discípulos. «Quien más y más me ha movido siempre es el contemplar a Jesucristo cómo va de una población a otra, predicando en todas partes…» (Aut 221).

Pero es imposible contemplar a Jesucristo evangelizador sin percibir inmediatamente que fue perseguido. No solo se intentó neutralizar su palabra, sino que algunos se propusieron eliminarlo (cf. Lc 13,31; Jn 11,50). Claret lo expresa así: «¡Qué persecuciones!… Fue puesto por signo de contradicción, fue perseguido en su doctrina, en sus obras y en su persona, hasta quitarle la vida…» (Aut 222).

¿Cómo es posible ir gustoso a predicar cuando uno sabe que la propia vida corre peligro? O, ¿qué es lo que hace posible superar el miedo? Cuando Claret nos cuenta que su modelo evangelizador era el propio Jesús, los apóstoles y profetas que hablaron en nombre de Dios y los santos y santas que más se dedicaron a la propagación de la Palabra, concluye diciendo: «Se encendía en mí un fuego tan ardiente que no me dejaba estar quieto. Tenía que andar y correr de una a otra parte, predicando continuamente…» (Aut 227). Ese «fuego» era más fuerte que las amenazas y riesgos.

Las dificultades que encuentro en la vivencia o en el testimonio de la fe, ¿me hunden en el desaliento? ¿Dónde encuentro las fuerzas para superar los temores?