«Ante todo debemos pedir a Dios lo que san Agustín: Haced, Señor, que yo conozca quién sois Vos y quién soy yo. Aunque infinitamente inferior a Dios, el hombre, hecho a semejanza suya, es su imagen. Dios, y Dios solo puede ser y es el objeto adecuado de las tendencias del hombre; Dios, y Dios solo puede ser y es el centro del hombre, y solo en él puede, por consiguiente, encontrar el descanso su corazón»

(El ferrocarril. Barcelona 1857, p. 23).

CONOCERME A MÍ EN DIOS

El conocimiento de quiénes somos nos da una conciencia más clara de quién es Dios para con nosotros. A Claret este conocimiento le hace vivir en una total confianza y dependencia filial del Padre, en disponibilidad para lo que el Padre quiera de él. Y esta actitud no tiene para Claret nada de servil, sino que es fuente de alegría y de una vida lograda.

Descubrir de forma experiencial –y no teórica– nuestro ser de criaturas nos revela que nuestra existencia no se apoya en nosotros mismos, sino que la recibimos de Dios. No somos el origen de nosotros mismos, sino que hay un ser fundamental y fundante, original y originante, del que recibimos el ser; él es quien nos da consistencia.

Pero, reconociendo esta fuente primordial y originante, también se nos revela que nuestra existencia es un proyecto de humanización, pues cuanto más humanos, más divinos. La encarnación del Hijo, el hombre perfecto, nos ilumina aún más este proyecto. Esta es la gran realidad de ser imagen y semejanza de Dios. Seremos seres «más humanos» cuanto más nos habite el Espíritu de Jesús.

¿En qué medida me conozco a mí mismo, mis posibilidades, mis límites, el proyecto de Dios en mí? ¿Mi corazón encuentra descanso solo en Dios?